Sidartas (釈迦 / Shakyamuni)

Para convencerse de que en nuestra cultura pop occidental está profundamente arraigada la herencia judeocristiana, basta con echar un vistazo a sus iconos épicos más mediáticos. No es muy original señalar las biografías bíblicas que les sirven de modelo: ¿qué son Superman, Luke Skywalker o Harry Potter sino una versión brilli brilli de Moisés y Jesús? Todos con orígenes secretos, todos con padres adoptivos. Superman y Harry Potter se pegan incluso el lujo de morir y resucitar al poco para salvar a la humanidad. Rey Skywalker creo recordar que también. Pero este no es un blog de occidentalismos pop. Así que, yendo directo al grano: ¿existe un paralelismo equivalente para los iconos épicos asiáticos?

The Monkey King, Soi Cheang

Si de iconos épicos estamos hablando, empecemos por el más grande, a saber, Son Goku. Basado según todos, todas y todes, empezando por el propio Akira Toriyama, en Sun Wukong, el Rey Mono del Viaje al Oeste, novela inmensamente popular en la China y el Japón de los siglos XVI y XVII, y hasta nuestros días. Novela que convirtió en leyenda el viaje histórico del monje Xuanzan a India, 8 siglos antes, en busca de los Sutras de Buda.  Y sí, salta a la vista que Son Goku es Sun Wukong: tiene cola, usa un bastón mágico y su compañero es un cerdo metamorfo.

Dragon Ball, Akira Toriyama

Pero como Toriyama es una gran thermomix de referencias, Son Goku  también es Superman, único superviviente del planeta Vegeta/Krypton que explotó a millones de años luz, enviado justo a tiempo por sus padres a la tierra en una diminuta nave espacial cuando aún era un bebé y criado por el o los ancianos que lo encontraron de casualidad.

¿Es la inmensa influencia de Dragon Ball responsable de la profusión de héroes con orígenes escondidos en el shonen posterior? Tal vez. Cierto es también que el motivo del héroe con orígenes extraños es un motivo universal, representado en el folklore japonés con cuentos muy conocidos como Momotaro o la Princesa Kaguya, nacidos respectivamente de un melocotón  y de una caña de bambú. Ambos nacimientos, sin embargo, me parecen más teñidos de una forma de animismo popular y amor a la naturaleza que del aura casi mesiánica que envuelve a menudo a los héroes del shonen.

Kingdom, Kim Seong-hoon,
o la soledad del príncipe

Hasta hace poco, pues, no encontraba otra cosa en esos héroes épicos que una paradójica y repetitiva encarnación crística. Y, de repente, Netflix nos ofrece una simpática serie coreana de capa y espada con zombis, Kingdom. En el primer capítulo descubrimos al príncipe heredero Lee Chang, criado en el palacio de Hanseong y aislado del mundo exterior (como todo príncipe oriental que se precie), por una muralla infranqueable hecha de velos de seda, delicados biombos y puertas correderas, infinitos sirvientes de sigilosos pasos y altos muros alrededor del jardín. Acompañado de su fiel sirviente, decide escaparse un día y descubre que en las calles de la ciudad reina, oh sorpresa entre las sorpresas, el sufrimiento, el hambre, la enfermedad y la muerte. Su reacción ante esta revelación ontológica no es exactamente espiritual, ya que empieza a liarse a ostias y sablazos con la plaga de zombis que amenaza Joseon y también con bastantes humanos que, ya se sabe, son el verdadero monstruo. Pero no podía parecerme más evidente el paralelismo inicial con Sidarta Gautama, el Buda histórico, a quién los japoneses prefieren llamar Shakyamuni, el sabio del clan Shakya.

El principe Sidarta encuentra un cadaver, un enfermo y un anciano, Templo Tibetano.

Sidarta Gautama, nacido hacia el siglo V a.C, príncipe heredero de Kapilavastu, pequeño reino indio a los pies del Himalaya. La tradición afirma que, con 29 años, paseando fuera del palacio, descubre el sufrimiento de su pueblo (oh, sorpresa otra vez) mediante tres encuentros simbólicos con un cadáver, un enfermo y un anciano. El traumático descubrimiento le obliga a huir de palacio y adentrarse en una largo recorrido ascético y espiritual hasta la iluminación final y la revelación de las cuatro nobles verdades que permiten acabar con el sufrimiento humano.

Nausicäa, Hayao Miyazaki,
o la heroína en pleno debate metafísico

Repasando mentalmente los grandes héroes del manga, la verdad es que escasos he hallado que podrían ceñirse a este modelo narrativo. Más suerte he tenido con las heroínas, quizá porque las mujeres, en tanto que eternas cuidadoras, están más asociadas a la redención colectiva que a la gloria individual. Mi preferida entre todas no puede ser otra que Nausicäa del Valle del Viento. Princesa heredera y guerrera indomable, sus principales rasgos psicológicos son su curiosidad intelectual y su profunda empatía hacia el sufrimiento ajeno, sea el de aliados o el de enemigos, el de humanos o el de insectos gigantes. Su epopeya da pie, como a menudo en Miyazaki, a una larga exhibición de los males que aquejan a la humanidad, antes de descubrir al final, sino la solución, al menos el secreto que esconde el mar de la descomposición.

Puella Magi Madoka Magica, Akiyuki Shinbo
o la heroína redimiendo a todas las adolescentes que sufrieron un día

Las incontables chicas mágicas del shojo también podrían de algún modo asociarse a este modelo. En su esquema narrativo canónico, la heroína, que ha crecido en un cómodo y maravilloso hogar de clase media o media alta con simpatiquísimos padres, recibe poderes para realizar una búsqueda que la llevará a entender mejor la complejidad de los sentimientos humanos, con esa ambivalencia entre sufrimiento y alegría. Una metáfora a penas implícita de la pubertad, el paraíso perdido de la infancia y las dificultades de crecer. Y de entre todos los shojo, Madoka Mágica es la que quizá más carga budista exhibe. En el último capítulo, con uno de esos finales lisérgicos que tanto gustan a los japoneses y tanto nos desconciertan a nosotros, la heroína acaba en una especie de Nirvana en que, según Kyubei “ya no hay tiempo ni espacio” y se lleva consigo el sufrimiento de todas las chicas mágicas pasadas, presentes y futuras. Toma ya.

3 respuestas a “Sidartas (釈迦 / Shakyamuni)

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