¿Ojos rasgados u ojos hiperbólicos? Ojos rojos, violetas, dorados, plateados. Océanos de lágrimas, de estrellitas o de fuego. Espejo del alma y arma de conocimiento. Ojos que ven más y mejor, o que ven lo invisible, lo espiritual: el tercer ojo, el ojo interno, el sexto chakra. Ojos que no ven, ojos arrancados, personajes ciegos.

Entre las muchísimas cosas que el Manga ha heredado de la iconografía tradicional y del Ukiyo-e (las famosas estampas japonesas), desde luego no figura la representación de la mirada. Las cortesanas de Utamaro se contemplan coquetamente al espejo con finísimos ojos almendrados. También los caminantes y demás viajeros a lo largo del camino a Edo en los Hokusai Manga, los bocetos del maestro.

Pero corría el año 1947 y en los escombros de un Japón destruido por la guerra y ocupado por el vencedor y su ingente producción cultural, Osamu Tezuka cogió un dibujo de su admirado Walt Disney, alargó algunos milimetros más unos ojos ya de por sí excesivos y dio a luz al manga moderno. Dos decadas después, las inquietas y jovencísimas magakas del Grupo del 24, en medio de la agitación política y estudiantil de la época, se alejaron de las historias estereotipadas del manga para chicos y empezaron a explorar recursos formales para traducir las aventuras interiores del alma. Los ojos se llenaron de estrellitas, lágrimas, flores de cerezo y plumas al viento.

Si cuesta encontrar ancestros iconográficos a los ojos manga tal y como los conocemos hoy, más fácil es entender de dónde procede la obsesión por la mirada. Las filosofías y religiones orientales, budismo, taoismo y hasta hinduísmo, coinciden todas en un punto esencial: el mundo sensible es un engaño. La palabra, una trampa. No debe uno fiarse de la aparente solidez de la información que transmiten los sentidos. Para rasgar el velo de irrealidad que cubre las cosas de nuestro mundo flotante, cierra los ojos, concéntrate, y accede a la verdad. Para los japoneses, ese momento de acceso a la verdad es el Satori, que podemos definir como un mini nirvana, una mini iluminación. Ese momento en que el héroe o heroína de manga abre violentamente los ojos y entiende: la verdad que estaba buscando se le aparece cual descarga de un rayo.

Desde su magistral primer capítulo, Naruto bebe de todas estas fuentes. En el mundo de sombras y claroscuros que es la ciudad de los ninjas, nada es lo que parece y todos engañan a todos, tal y como entenderá dolorosamente el héroe, traicionado por su profesor al cabo de unas pocas páginas. Y es que engañar y descubrir los engaños ajenos es muy exactamente el trabajo de un ninja. Algunos, los más suertudos, disponen de una potente arma en este juego de mentiras: han heredado genéticamente unos ojos que ven más allá de lo sensible. El sharingan, el byakugan y el rinnegan no son sino herramientas al servicio del conocimiento.

Otros guerreros, al contrario encontrarán el camino para derrotar a su adversario privándose voluntariamente de la vista y sus engaños. El motivo del entrenamiento a ciegas, con los ojos vendados, es recurrente en cualquier shonen que se precie. Aunque terminaré con una versión algo más hardcore: Shiryu, caballero del Dragón, sacándose los ojos en un mar de sangre para conseguir evitar la mirada petrificadora del caballero de la Medusa, e integrando así el selecto y elegante club de samurais ciegos a la Zatoichi.

Y del Geass de Code Geass qué dices? Entraría en una de las categorías, no?
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El Geass no lo tengo muy claro…
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